sábado, 11 de julio de 2015

Mi hijo, mi mejor obra

Es muy habitual escuchar a pintores, escritores, músicos, fotógrafos; artistas en general, y personas de cualquier profesión, que cuando tienen un hijo dicen: "esta ha sido mi mejor obra, mi mejor trabajo". Bueno, voy a excluir a los toreros, ya que en este caso si llevan razón: "mi mejor corrrida".

Tener, y digo tener, que no criar, un hijo es cosa de un óvulo y de un espermatozoide. Siento decirtelo pero... si esa es tu mejor obra, tu mejor trabajo... el mérito no es tuyo.



Este cuerpo nuestro, este robot biológico en el que habitamos, ya se encarga por sí mismo, con sus propios instintos y asegurándose de que nos produce placer, de crear nuevos individuos para la especie; en nuestro caso, una plaga.

Llevados por la ternura y por nuestro ego, vemos en ese pequeñito ser nuestra particular forma de sentirnos un dios, creador de vida, convirtiéndose en nuestra gran obra. Esa ternura, en la mayoría de los casos, que despierta un bebé, también tiene que ver con la supervivencia de ese ser que, recién nacido, es uno de los más dependientes y débiles del reino animal.

Un mérito sin esfuerzo y sin apenas nuestra implicación, ya que es el pequeño espermatozoide, el más rápido y el más fuerte, el que tiene que llegar y "convencer" al óvulo de que él es el adecuado (vamos a obviar todos los procesos químicos que deciden esta peculiar "coincidencia").

Porque en el proceso de creación de esa vida, es algo que, afortunadamente, no está dentro de nuestras capacidades conscientes. Nuestro cuerpo, nuestro robot, se asegura de no darnos control básico de los latidos del corazón, de la respiración o de todo el proceso de gestación. La evolución se ha dado cuenta de que nuestro cerebro se encarga mejor él solo de nuestras funciones más básicas. ¡Qué sabia la naturaleza que destruimos!

Pero tener un bebé (sea cual sea el medio; adopción, gestación, etc.) sí puede ser nuestra gran obra. El envolverlo de cariño, de sabiduría, de libertad, de responsabilidad... El modelar y "programar" a un ser en la felicidad, sociabilidad... enseñando a disfrutar de nuestras capacidades creativas e imaginativas, del placer de saberse empático para obtener la armonía que nuestra especie necesita... Esa sí podría ser tu gran obra, tu gran trabajo.

Cuando tu bebé se convierta en una persona de 15, 20, 40 años... y le mires a los ojos... ahí podrás decirlo. En ese instante sabrás si has logrado tu gran obra, tu mejor trabajo.

Ya... ya sé. Exceptuando a los toreros.



Y como siempre, esto es lo que yo pienso... hoy.

*Imagen: Cuadro Bebé al Óleo de la artista Marina Dieul

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